Por los hallazgos que los profesores Jeany Pearce y Juan David Velasco presentaron en el pódcast de María Jimena Duzán y en La Silla Vacía se deduce que durante 50 años nuestros destinos han dependido de una “tecnocracia” de economistas de la élite blanca, doctorados en prestigiosas universidades norteamericanas e inglesas. Los alaban por la estabilidad fiscal que han logrado, pero no tanto por los niveles de igualdad e inclusión social que hayan podido fomentar, ni por su culto por el crecimiento ilimitado, mediante la producción y venta de objetos que pueden ser inútiles, a los cuales codician las clases subalternas emuladoras del consumo que ostentan los billionarios.
Las actuales propuestas de cambio han dado lugar a la conciencia de que esa reiterada elección es inclemente con la naturaleza y las personas. De ahí la mirada hacia un paradigma alternativo, al cual denomino culturocracia. Sus practicantes se meten de lleno a las regiones marginalizadas, excluidas y racializadas, ya sea en canoas o apretándose mascarillas que filtren los hongos pegados a antiguos documentos históricos. Conciben sus oficios tratándole de llegar al alma de quienes les han suscitado interés por sus profundas heridas y urgencias históricas o por los logros que han alcanzado mediante creatividades que medios, redes y sistema educativo ocultan o desdeñan para no vulnerar los poderes dominantes. De esas inmersiones dependen detalladas historias de vida, plenas de relatos sobre destierro y reconstrucción de existencias. Logran ensamblar mitologías con claves de porvenires basados en la fraternización de la gente con plantas y animales divinizados. Mantienen el ojo crítico ante la crisis climática y su combinación con las del surgimiento de autocracias y la del afianzamiento de los individualismos que radicalizan redes digitales mendaces. Su contacto con el conflicto no solo proviene de estadísticas o fuentes secundarias. De ser posible, y pese al riesgo, conversan con guerrilleros, paras y gamonales a ver si hallan salidas al reciclaje de la guerra. Sus estancias en terreno les legan amistades y solidaridades irreemplazables que se pueden prolongar por más de una generación.
Más que todo competente en las ciencias sociales e iluminada por las humanidades y la filosofía, hoy en día la culturocracia ha experimentado especial empatía por un Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes para el cual la “cultura” dejó de consistir exclusivamente en estéticas plásticas, musicales, coreográficas, dramáticas y literarias destinadas al disfrute y entretenimiento de élites, las cuales, al mismo tiempo, han convertido legados sagrados e improfanables en objetos para estimular la acumulación de riqueza. El ministro Juan David Correa coincide con André Malraux en que la cultura es lo que queda después de la muerte[1]. Aquello que afianza la autoconciencia de los pueblos mediante la revitalización de la historia. Su propósito de fortalecer en las regiones las actividades y pedagogías literarias y musicales son parte de un progresismo más esperanzador con respecto a las búsquedas de paz.
* Miembro fundador, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional. Director Nueva Revista Colombiana de Folclor.
[1] La cultura y su poder transformador en la sociedad. Conversación con Juan David Correa, ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, y con Ramiro Osorio, director del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo en el pódcast Afondo, del 2 de abril de 2024.