Nos estamos contagiando. Como el perro de la zarzuela El rey que rabió en su coro de doctores: “(…) Juzgando por los síntomas que tiene el animal/ (…) ¡El perro está rabioso!/ ¡O no lo está!”.
Asusta la intolerancia a la que hemos llegado todos; me incluyo. Cualquier opinión de otra persona que no se identifique con la mía me aprieta el disparador y reacciono mal. La rabia, emoción con la que he tenido que luchar a base de terapias toda la vida y que creía ya bajo control, se me ha despertado.
Todos los jueves, desde hace años, nos reunimos un grupo de amigas de toda la vida para compartir, reírnos, recordar chismes viejos, amores, desamores, irreverencias pasadas… Somos un núcleo sólido, pero si de repente llega el tema político siento cómo nos vamos encrespando, cada una defendiendo sus ideas a rajatabla, individual, derecha, izquierda, centro, neutro. Yo, la primera, siento que se me enciende el ombligo y nos vamos contagiando: empezamos todas a hablar al tiempo, cada una defendiendo lo suyo sin dar tregua ni concesiones al pensamiento diferente. Parecemos gallinas, cada una cacareando por su lado hasta que alguna -o todas-, de repente, cae en cuenta de lo que está pasando, cambiamos el tema y el ambiente recupera su temperatura normal.
Recuerdo que en uno de mis internamientos para lograr la recuperación de mis adicciones, un terapeuta dio en el clavo: “Usted no sabe distinguir sus emociones: si tiene hambre, siente rabia; si está cansada, siente rabia; si tiene miedo, siente rabia… Como si las tuberías de las emociones hubieran desaparecido y solo tiene una, que es como una cloaca que convierte todo en rabia. Tiene que empezar por distinguir sus emociones y a abrirles espacio al miedo, al cansancio, a la ternura, a la compasión”. Creo que ese día inicié mi verdadero trabajo interior.
Pero todo ese frágil andamiaje que he logrado construir día a día, a través de muchos años, se me está derrumbando, y veo que les está sucediendo a todos los colombianos, uno por uno; nos estamos contagiando de la peste.
Las marchas se han convertido en desfogues, como la gran tubería-cloaca. Cada una ataca la siguiente, cada escándalo compite con otro. El tema de la cachucha presidencial es un punto de mira de ataques, defensas, insultos y burlas, y así con todo. Este país se está convirtiendo en un ring de boxeo, pero sin reglas claras de combate, casi como si estuviéramos condenados bajo un silogismo perverso: “Todos los colombianos tenemos rabia / yo soy colombiano/ luego yo tengo rabia”.
¿Queremos de verdad una guerra civil? ¿Estamos dispuestos a dialogar? ¿Podremos dejar de polarizarnos? ¿Aceptar nuestras diferencias sin machacarnos? ¿Lograr respirar hondo antes de lanzar el insulto? ¿Medir las consecuencias de las palabras, adjetivos, sustantivos, verbos, frases, etc.?
Me invito y los invito a todos a hacer un alto en el camino. Por encima de todo está Colombia, nuestra patria, nuestras raíces, nuestros logros y nuestra historia ya marcada por la violencia. Abramos entre todos un espacio para dejarles a nuestros descendientes un país más amable, donde todos podamos vivir. No tenemos derecho a seguirle dando cuerda a la rabia, que si se desmadra no sabemos cómo dar reversa. Estamos a tiempo. Mirémonos de frente: todos somos hermanos. Estrechémonos las manos.
Yo comenzaré inmediatamente mi monitoreo emocional. Ya reacciono agresivamente a todo, tengo que parar. Solo por hoy volveré a abrir las tuberías que tengo atascadas, y todos los días es hoy.