Los cien días de Duque vistos por Petro: artificios, levedad y piñata

El líder del movimiento Colombia Humana y de la oposición en el Congreso plantea su visión del arranque del nuevo gobierno, según él, inocuo, estéril, autista, sin sentido y repitiendo.

Gustavo Petro Urrego
14 de noviembre de 2018 - 10:40 a. m.
Para la oposición, el presidente Iván Duque no está cumpliendo con lo que prometió en campaña.  / AFP
Para la oposición, el presidente Iván Duque no está cumpliendo con lo que prometió en campaña. / AFP
Foto: AFP - JUAN BARRETO

El programa de Duque no es más que copia de cientos de programas escritos bajo clave de derecha populista que hoy recorren el mundo con relativo éxito electoral, pero con un sinsabor de fracaso y anacronismo que demuestra aquella mirada del filósofo alemán que vio en lo repetido algo sin alma en la historia, una pura comedia.

Y es que el discurso sobre el fin de la historia y la irrupción victoriosa del mercado como fuente de la felicidad humana, que se conoció bajo el nombre de “neoliberalismo” y que tuvo tanta fuerza pasional, electoral y académica hace 25 años, tras la implosión de la Unión Soviética y la pérdida de la capacidad de presión del movimiento obrero en todas sus acepciones en el mundo, ya no tiene hoy mayor sentido.

Francis Fukuyama creía que finalizaba la historia y comenzaba un reinado pleno de democracia liberal y prosperidad en todo el globo terráqueo. La realidad hoy, 25 años después, es muy diferente.

Nunca jamás se había concentrado la riqueza del mundo en tan pocas manos: el 1 % tiene el 50 % de toda la economía del planeta. Nunca jamás habíamos estado tan cerca de nuestra propia extinción como especie como ahora. El cambio climático, la mayor externalidad negativa del mercado, muestra nuestro final si no hay una ruptura civilizatoria. Apenas nos quedan 200 años y a los animales 60, según el cálculo de Stephen Hawking. Solo si actuamos ahora podemos detener la extinción.

En este momento de tensión política máxima de la humanidad, que se debate entre la barbarie del fascismo aupado por una clase media mundial temerosa de la reducción de su consumo y del éxodo de los pueblos que considera bárbaros e inferiores, y la necesidad imperiosa de regular los mercados y de cambiar las relaciones de producción y de consumo para salvar la vida en el planeta, como el mismo Fukuyama hoy suplica, aparecen los 100 días de Duque: inocuos, estériles, autistas, sin sentido, repitiendo, vueltos comedia, la tragedia del uribismo.

Solo conocí a Duque en campaña y me preocupó mucho su discurso, dicho de memoria, escrito por otros: unos asesores norteamericanos, y sin discusión, dado que los medios de comunicación impedían con sus formatos en los debates que pudiera ser atacado y puesto en evidencia. Un discurso de memoria muestra un hombre sin pasión, sin creencias, sin principios.

Un artificio. Un juego pirotécnico construido para diez millones de mentes fáciles y asustadizas que aún no comprenden la gravedad del momento por el que pasa la especie humana. La necesidad imperiosa de reformas reales de cara a conservar la vida humana en el planeta y de cara a lograr un puesto destacado de América Latina en ese esfuerzo: el mayor reto que la humanidad haya tenido que afrontar en su historia civilizatoria, pero también nuestra mayor oportunidad como latinoamericanos.

Como los fuegos artificiales, las reformas se desmoronan en el Congreso y la política pierde allí su validez. No tiene ni idea Duque de afrontar una verdadera reforma a la política que no tendría otro objetivo que liberar la política en la sociedad y acabar el fraude. No puede, porque el fraude está en la base de su propio triunfo.

No tiene ni idea Duque de cómo afrontar una verdadera reforma a la justicia, porque esta no tiene más sentido que llenar de justicia el territorio e independizarla de los poderes políticos y económicos para defender derechos de las gentes y de la naturaleza. No puede porque esas fuerzas económicas y políticas depredadoras contra las que iría una justicia fuerte e independiente están en la base de su propio triunfo.

Sin nada que decir, sin nada que proponer acorde a los problemas del hoy, nuestra clase política tradicional y su gobierno alistan la piñata en los tiempos en que se percibe que no habrá más tiempos. Sea por el contexto general del cambio climático al que el capital se niega siquiera a reconocer, sea porque las elecciones les mostraron, contundentemente, que la clase política tradicional no tiene más tiempo en la historia. La piñata sucede cuando la fiesta llega a su final. Estamos en la época de la piñata.

Un ministro de Hacienda corresponsable, con Uribe, de construir un mecanismo de especulación financiera con el agua potable, igual que los norteamericanos lo lograron con los títulos hipotecarios, y que deja la cifra de miles de niños muertos por desnutrición después de engullirse los recursos del agua, es el actual ministro de Hacienda que, fiel a su papel de Herodes colombiano, se apresta a poner el IVA a la comida en uno de los pueblos más desnutridos del mundo y en una de las sociedades más desiguales de la historia de la humanidad.

Sabe el ministro, por ser economista, que el golpe al consumo generalizado de la sociedad en momentos de estancamiento económico puede llevar a la recesión; sabe que eso perjudicará a millones de personas y centenares de miles de pequeños empresarios; sabe que ese empresariado pequeño al que le pidieron el apoyo electoral no exporta sino que vende en el mercado interno y que será quebrado por la caída de la demanda interna. Lo saben los gremios económicos, hoy dominados por politiqueros en busca de ministerios, pero solo apuestan, él, su clase política y sus gremios, a la posibilidad de captar rentas a través del fracking petrolero y a que Trump les ayude a subir el precio del petróleo. Esa es toda la propuesta económica. Apuestan al suicidio como nación, pero a la maximización de las ganancias para pulpos bancarios y carbo/petroleros en lo que queda de gobierno y de tiempo. Una propuesta irracional y absurda.

En tiempos de cambio climático, y para ayudar a mitigarlo y adaptarse a los nuevos patrones tecnológicos y productivos, al nuevo paradigma civilizatorio que surge, debería estar financiando con lo último de la factura petrolera que queda, la generación de energías limpias, la electrificación del transporte urbano, la red férrea eléctrica nacional, la utilización productiva de la tierra fértil, la extensión de la educación al conjunto de la niñez y de la superior a toda su juventud para fundar una sociedad del conocimiento que es hoy la única base de un desarrollo sostenible, como lo demuestra tanto la versión de izquierda como de derecha del sudeste asiático.

Pero lo que tenemos es artificio, inocuidad y mucho de piñata: los 100 días del gobierno de Duque. La combinación precisa para la guerra y la violencia.

* Senador de Colombia Humana.

Por Gustavo Petro Urrego

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