Venezuela, un callejón sin salida para Rusia

Para el gobierno ruso es muy claro que el futuro de su aliado latinoamericano es incierto. Tendrá que tomar decisiones difíciles sobre cómo salvar tanto sus inversiones tangibles como el capital político en esta parte del mundo. Lo peor para Vladimir Putin es que no tiene muchas opciones.

Vladimir Rouvinski*
05 de febrero de 2019 - 02:00 a. m.
Venezuela, un callejón sin salida para Rusia

En la última década, la política exterior de Rusia se transformó en un tapiz complejo donde el gobierno de Vladimir Putin busca oportunidades para recuperar la influencia en la arena internacional, perdida luego del colapso de la Unión Soviética. Al mismo tiempo, se trata de una política que busca reforzar la imagen de su actual presidente a los ojos de los electores rusos. Durante una buena parte de su permanencia en el poder, la extraordinaria popularidad de Putin dentro de Rusia se basaba en la confianza de la mayoría de la población en que, gracias al líder de su país, Rusia es grande de nuevo.

Las relaciones de Moscú con Venezuela son un buen ejemplo de esta estrategia de doble filo. En primer lugar, el compromiso ruso con el gobierno de Nicolás Maduro manifiesta las ambiciones globales de Putin para reclutar a las naciones geográficamente distantes como socias en la construcción de un nuevo orden multipolar distinto al liderado por Estados Unidos. La retórica antiamericana sigue siendo el rasgo común en los discursos de los líderes de Venezuela y Rusia y es una de las razones claves por las que los líderes rusos continúan insistiendo en que las relaciones entre Rusia y Venezuela son de “importancia estratégica”, incluso en el contexto de la crisis actual.

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Para una buena parte de la élite rusa, lo que está pasando con el gobierno de Maduro es el resultado de un golpe de Estado organizado por Estados Unidos, similar a los que ocurrieron en Ucrania y otras regiones del mundo. Desde la perspectiva rusa, con su intervención, Washington busca frenar los esfuerzos de Rusia para introducir unas nuevas reglas de juego, más justas y más adecuadas a las realidades del mundo.

De igual manera, las relaciones con Venezuela deben ser analizadas tomando en cuenta su valor simbólico para la Rusia de hoy. En los últimos años, el gobierno ruso ha aprendido a reforzar el apoyo interno a Vladimir Putin a través de la cobertura mediática de las situaciones que se están desarrollando en distintas partes del mundo, como elementos de un espectáculo político que retrata el regreso de Rusia a la arena internacional en calidad de una potencia global.

Venezuela demostró ser especialmente apta para el espectáculo político de Vladimir Putin, porque le permitió mostrarle al público ruso que Rusia había restaurado su influencia a nivel global. Además, el acercamiento de Rusia con Caracas ocurre en el lugar exacto y en el momento exacto. Después de anunciar el cambio del rumbo de su política exterior durante su segundo término presidencial, en 2007, Vladimir Putin necesitaba apoyar dicho cambio por unas acciones, en primer lugar, simbólicas, para que sus palabras no fueran en vano. Venezuela resultó ser el lugar perfecto, debido a su ubicación geográfica, cerca del territorio de los Estados Unidos.

El hecho es que muchos rusos aún ven a América Latina como el patio trasero estadounidense. De igual manera, si bien la mayoría de los rusos nunca han viajado a América Latina, sí tienen algún conocimiento sobre esa parte del mundo que se remonta a los tiempos de la gloria soviética. El Kremlin se dio cuenta de que, si lograba un éxito mediático mostrando el retorno ruso a los países del hemisferio occidental, compensaría en términos de simbolismo político la pérdida de influencia de Rusia en Ucrania y otros países de la antigua Unión Soviética.

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Tanto Chávez como Maduro desempeñaron su papel a la perfección. Los intercambios de las visitas de los jefes de Estado, aterrizajes de los bombarderos estratégicos rusos y las llegadas de los barcos de la marina, anuncios sobre una posible base militar “bajo la nariz de los yanquis”, la adquisición de las armas rusas y videos de los automóviles rusos Lada en las calles de Caracas proporcionaron a los medios rusos imágenes perfectas del alcance global restaurado de Rusia.

No menos importante fue el hecho de que para aquellos miembros de las élites rusas que se sintieron “engañados” por Occidente en Ucrania y otros exterritorios soviéticos, la creciente incidencia de Moscú en Venezuela evidenció que su estrategia de reciprocidad con EE. UU. funcionaba. Desde esta perspectiva, la política rusa fue un éxito total: la aprobación interna de la política exterior de Putin estaba en aumento, y Venezuela se movió hacia el tope de la lista de los países considerados “amigos” de Rusia en las encuestas de la opinión pública rusa.

Sin embargo, más adelante, Rusia pagaría un precio económico sustancial por el éxito político en Venezuela, en términos de inversiones fallidas y préstamos a este país suramericano. Las relaciones entre Rusia y Venezuela se transformarían en una historia de oportunidades de negocios perdidas, inversiones multimillonarias de riesgo, dudoso enriquecimiento personal y gran corrupción. Por ejemplo, en 2017, un tribunal ruso condenó a un parlamentario ruso por robar aproximadamente US$20 millones asignados para la construcción de una planta de fusiles en Venezuela. Fue la primera vez en Rusia que una persona recibía una pena de prisión por el daño hecho a un Estado extranjero.

Aparte de los casos de corrupción, llaman la atención las inversiones rusas en el sector petrolero venezolano, pues son las evidencias claras de que el interés del Kremlin en Venezuela es prioritariamente político y no económico. En Venezuela, inicialmente hubo una docena de empresas rusas que participaron en el negocio petrolero. Sin embargo, a partir de 2014, cuando el chavismo comenzó a experimentar las primeras dificultades políticas muy serias, la colaboración rusa con el sector petrolero venezolano fue monopolizada por Rosneft, la empresa que sirve para promover los intereses geopolíticos rusos en varias partes del mundo, sobre todo en las regiones con mucha inestabilidad política. En los momentos críticos para Maduro, Rosneft viene al rescate ofreciendo pagos adelantos y haciendo otro tipo de inversiones.

En este contexto, no es sorprendente que los medios de comunicación rusos presten considerable atención a la crisis actual en Venezuela en un momento muy difícil para el gobierno de Vladimir Putin. Su popularidad cayó a los niveles más bajos de toda la historia (33 %), mientras la economía rusa sufre el impacto de los precios de petróleo bajos y las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea en relación con la crisis en Ucrania.

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Para el gobierno ruso es muy claro que el futuro de Venezuela es incierto y Rusia tendrá que tomar decisiones difíciles sobre cómo salvar tanto sus inversiones tangibles como el capital político en esta parte del mundo. Lo peor para Putin es que no tiene muchas opciones disponibles. Rosneft ya no está en posición de continuar subsidiando al régimen de Maduro por mucho más tiempo. Y el apoyo diplomático ruso, al parecer, tampoco trae muchos beneficios al líder chavista.

La opción del apoyo militar, incluso clandestino, es el último recurso que puede utilizarse, pero solo bajo circunstancias excepcionales, por traer consecuencias impredecibles. En otras palabras, para Moscú, la situación en Venezuela parece un verdadero callejón sin salida, un escenario que obligará a Vladimir Putin a tomar las decisiones que, con toda la seguridad, cambiarán no solo las políticas de Rusia hacia América Latina, sino, muy probablemente, mostrarán un nuevo rumbo de toda la política rusa en la arena internacional.

* Profesor de la Universidad Icesi. Miembro de Red Intercol.

Por Vladimir Rouvinski*

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