El Magazín Cultural

Piero, mi querido Piero

EL 6 De mayo, en la Feria del Libro, se presentará la biografía autorizada de Piero, escrita por la periodista Maureén Maya. El testimonio de un reconocido talento internacional que encontró en Colombia su segunda casa.

JORGE CARDONA ALZATE
01 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.
 El cantautor y músico italo argentino, Piero Antonio Franco De Benedictos o Piero. / Cortesía
El cantautor y músico italo argentino, Piero Antonio Franco De Benedictos o Piero. / Cortesía
Foto: PAMELA ARISTIZABAL/EL ESPECTADOR - PAMELA ARISTIZABAL

El año 1971 terminaba y, contratado para un concierto en la XI Feria de Cali, llegó un joven cantautor argentino de 26 años reconocido por un tema exitoso: Mi viejo. Se llamaba Piero, terminó dando tres recitales más y otros cuantos gratuitos a colectivos que lo buscaron cuando su presencia se hizo noticia. Asediado por periodistas y seguidores en busca de entrevistas o autógrafos, terminó refugiado en un convento de las hermanas de San Pablo, donde pasó la Navidad tomando champaña y cantando hasta el amanecer con las religiosas. Antes de dejar Cali lo convidaron a un ingenio azucarero y se fue con los corteros de caña que le entregaron historias de su precariedad.

Al año siguiente volvió y miles de hombres y mujeres fueron a escucharlo a la Media Torta en Bogotá. Una delegación de estudiantes de la Universidad de los Andes lo invitó a dar un recital y desde un balcón en un tercer piso cantó con beneplácito ante un patio central repleto de admiradores. Los estudiantes de la Universidad Nacional quisieron llevarlo a la Plaza Che Guevara, pero el DAS lo prohibió por considerarlo una “intromisión política”. Llegaba de ser ovacionado en el Madison Square Park de Nueva York por más de 35.000 personas, pero no pudo cantar en la Nacional, ni en la Universidad de Antioquia o el parque El Salitre. Al final fue escoltado por el DAS hasta el aeropuerto El Dorado.

En octubre de 1973 regresó, pero el DAS no le permitió pasar de la terminal aérea. Lo iban a mandar a Japón en el primer vuelo internacional, pero la intermediación de algunos notables permitió que fuera a Perú, donde lo esperaba una sorpresa. El embajador de Panamá en Lima salió a recibirlo y le transmitió una invitación especial del general Ómar Torrijos. Terminó en Panamá, donde el oficial se convirtió en su amigo entrañable, hasta el día del sospechoso accidente de aviación en zona selvática que le costó la vida en julio de 1981. Piero retornó a Colombia en 1975 sin que cambiaran los prejuicios. Para entonces sus canciones “postalitas” o las testimoniales ya eran parte de América.

Nacido en Gallipoli, en el sur de Italia, Piero Antonio Franco de Benedictis había llegado a los tres años de edad a Argentina. Su padre Lino fue un radiotécnico empírico que emigró a América con su esposa Ornella y sus hijos Piero y Gabriela, en busca de tierra prometida para su don de inventor. Se asentó en Banfield, al sur de Buenos Aires, donde Piero conoció su primera pasión, el club de fútbol de la localidad, donde ofició como mascota. La familia se trasladó después a Allen, provincia de Río Negro, donde creyó sentir el llamado al sacerdocio inspirado en su héroe, San Francisco de Asís. En plena adolescencia partió al Colegio Menor Diocesano en Viedma, antesala de Buenos Aires.

En el Seminario Metropolitano de la Inmaculada Concepción, enclave de formación para varias generaciones de sacerdotes argentinos situado en el sector de Villa Devoto, Piero constató que le faltaba vocación para ser cura, pero le sobraba para la música. El primer grupo se llamó Los Ponchos Negros, con canciones del folclor, estilo Los Chalchaleros. El apoyo artístico y también la doctrina llegó de seminaristas mayores como Alejandro Mayol o Carlos Mugica, quienes además de la poesía o la música, también alentaban el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, basado en las ideas de la Teología de la Liberación. Con ellos terminó por entender que su misión estaba en el canto.

De hecho, los mismos curas de Villa Devoto gestionaron en Buenos Aires la grabación de Piero que le permitió debutar en el programa Remates musicales del Canal 9 de televisión. Fue un éxito y pronto se vio alternando con Leo Dan o Palito Ortega, los cantantes de moda. Con música de la Nueva Ola o temas del Festival de San Remo, hasta que en 1968 conoció al redactor de la revista Siete Días, José Tcherkasky, con quien empezó a componer temas históricos. Primero Si vos te vas y Mi viejo. Después, De vez en cuando viene bien dormir o Juan Boliche. Todas canciones a cuatro manos que dejaron el rastro fidedigno de la transformación de la obra de Piero ante la dura realidad social circundante.

Argentina seguía bajo la bota militar y Piero con el “Cancionero para la Liberación”, en apoyo a Héctor Cámpora y el regreso de Perón. Sus temas Coplas de mi país, Pedro Nadie o Para el pueblo lo que es del pueblo tocaban fibras de una nación ansiosa de libertad. Por eso se volvió incómodo. Después del 24 de marzo de 1976, cuando los militares dieron golpe de Estado a la naciente democracia, fue asunto de cuatro meses para que fueran a buscarlo. Salió al exilio en julio de 1976. Primero a Panamá, donde Torrijos le ayudó a aquietar sus aguas durante dos meses. Después a Italia, luego a España. Casi la misma ruta de Mercedes Sosa, Horacio Guaraní, León Gieco o Norma Aleandro.

Comenzó su regreso en 1981 con escala en Montevideo, breve paso por Brasil, tres semanas en Quito y polo a tierra en Colombia. Un mes tranquilo en una casa del barrio La Candelaria, compartiendo vida social con el arquitecto Simón Vélez, Mónica Hoyos, Lina Botero, Liliana Villegas, el maestro Ariza, y muchos otros amigos de un círculo de afectos que siguió creciendo tanto como sus éxitos. Obviamente a Panamá porque Torrijos quería escuchar su versión del exilio, algunos itinerarios para buscar caminos, de retorno a Uruguay para rearmar la familia, y finalmente a Buenos Aires a reencontrarse con los amigos, a revivir los recitales y a constituir Prema, su banda, para volver a empezar.

A sus 36 años, Piero se reinventó en Argentina. Con Prema grabó diez discos en cinco años. Su nueva bandera fue la paz con canciones como Soy pan, soy paz, soy más. Pero sin renunciar a su música testimonial con temas como Las hermanitas Malvinas o El Soldado Aubert. Siempre anclado a sus inamovibles de solidaridad y memoria. Por eso, cuando se enteró de la tragedia de Armero en Colombia en noviembre de 1985, junto a Joan Manuel Serrat, Jerónimo, Julio Iglesias o José Luis Rodríguez, lideró una campaña por las víctimas que se transmitió en ocho países. Su canción Por ti Colombia aportó el estandarte: “Si cuidamos despiertos todo el tiempo, a la muerte la paramos con la vida”.

De ahí en adelante, Piero reforzó su fe inquebrantable en Colombia, donde siempre encontró un dolor al que sumarse. El 3 de marzo de 1989, por ejemplo, cuando retornaba a la Media Torta después de casi dos décadas, al recital llegó la triste noticia del crimen del líder de la Unión Patriótica José Antequera. También andaba en Colombia cuando asesinaron a Luis Carlos Galán y le pusieron una bomba a El Espectador. Él y su gente preguntaban: “¿Por qué cada que venimos pasa algo?”. “No es cuando ustedes vienen, aquí siempre pasa algo grave”, fue la respuesta. En 1990 lo tuvo claro y, como un visionario, patentó Colombia Viva, uniendo voces y territorios en favor de la paz.

El preámbulo de América Viva, surgida de su convicción de que los pueblos necesitan la solidaridad de sus cantores. Sobre todo, en Colombia, donde se convirtió en una voz amiga contra el horror galopante. El 2 de diciembre de 1993, Piero debía asistir a la ceremonia en la que el presidente César Gaviria iba a concederle nacionalidad colombiana. No se pudo porque ese día fue abatido en Medellín el capo de capos Pablo Escobar Gaviria. El acto se aplazó hasta el 2 de octubre de 1996, cuando el presidente Ernesto Samper le entregó su cédula. Samper le recordó que debía aprenderse el himno nacional. En su fuero interno asumió que era más su opción para ponerse al lado de las víctimas.

En la misma época de transición entre siglos, Piero dio forma en Buenos Aires a su Fundación Buenas Ondas, que en cosa de tres años puso a funcionar 170 granjas orgánicas para albergar niños en riesgo social. Todo gracias a la solidaridad de muchos y a las clásicas y nuevas canciones aumentando sus álbumes. En cuanto a su condición de colombiano, asumió que debía serlo como embajador de paz de buena voluntad. Por eso recorrió Urabá, entonces azotada por la violencia, donde el público salió a respaldar su estribillo: “esta es la guerra del amor, la que vamos a ganar”. Y también fue a cantar al Caguán cuando los diálogos de paz crearon tanta esperanza como la que hoy es mayoritaria.

En uno de esos continuos viajes al país, Piero conoció a la estudiante de periodismo Maureén Maya. Sin interés distinto a una amistad con buenos años de distancia, poco a poco ese lazo se extendió a su banda, su mánager y su familia. Ella se hizo testigo de excepción del auténtico amor de Piero por la nación macondiana. Cuando él aceptó que ella fuera su biógrafa, a través de los meses, en aviones, hoteles, plazas o pueblos, lo ha visto compartir con toda clase de personas que le tributan gratitud. “El amor no se puede fingir”, es la certeza de Piero. Maureén Maya agrega que tiene las complejidades de todo ser humano, sus dudas, sus virtudes, sus defectos, “pero nadie puede poner en duda su coherencia e innovación para asumirse colombiano”.

De esa cercanía con el país de los Montes de María, el alto Ariari, el Urabá o el Cauca, nace Piero, mi querido Piero, una biografía de 519 páginas en las que Maureén Maya detalla su vida y obra. Sus alegrías y tristezas, sus éxitos y derrotas, su evolución personal y musical. El exilio, la vocación social, los amigos, los grandes músicos, sus amores o sus hijos, las múltiples facetas de un hombre que, como escribió el nobel de Paz argentino Adolfo Pérez Esquivel en el prólogo, cumple a cabalidad con un desafío: “es uno de esos artistas que construye identidades y valores que va reafirmando las pertenencias de todo pueblo y genera espacios de vida para que entre el aire fresco de un nuevo amanecer”.

Desde Argentina, Chile o México se sumaron León Gieco, Víctor Heredia o su hijo Juan De Benedictis, entre otros, cuyos testimonios ratifican que era hora de darle las gracias. En especial en Colombia, donde lo han visto cantar en Bogotá o Medellín, con el mismo entusiasmo con que lo ha hecho en Turbo, Necoclí o San Carlos en Antioquia, en Santander de Quilichao en el Cauca o, por la misma ruta, en el resguardo indígena de López Adentro. Hace un año, por su excelencia musical, recibió el premio Grammy. Él sabe que algo de ese reconocimiento corresponde a Colombia y tiene cómo compartirlo: prepara una gira por el río Magdalena para dejar en cada pueblo el legado del querido Piero.

Por JORGE CARDONA ALZATE

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