Nobel Edmund Phelps urge economía verde para salvar el planeta

En nuestra serie Pensadores 2017-2018, el premio nobel de economía 2006 analiza factores que atentan contra la supervivencia humana, como la industrialización y la falta de políticas realmente comprometidas con la protección del medio ambiente.

Edmund S. Phelps / Especial para El Espectador / Nueva York
27 de enero de 2018 - 02:00 a. m.
Edmund S. Phelps es el director del Centro de Capitalismo y Sociedad de la Universidad de Columbia y autor del libro “Florecimiento en masa”.  / columbia.edu
Edmund S. Phelps es el director del Centro de Capitalismo y Sociedad de la Universidad de Columbia y autor del libro “Florecimiento en masa”. / columbia.edu
Foto: Uta Wagner - Edmund Phelps

Todos los países tienen problemas nacionales, por ejemplo, peligrosos niveles de exclusión y una costosa falta de crecimiento. Sabemos que para resolverlos es necesario que la sociedad los comprenda y haya consenso en la necesidad de actuar.

Pero el cambio climático es un problema compartido por todos los países. Y aunque los expertos hoy comprenden mejor el tema y llegaron a un consenso respecto de los objetivos que hay que alcanzar, el apoyo de la sociedad todavía es insuficiente.

Como todos saben, la principal causa del cambio climático es la quema de combustibles fósiles derivada de la industrialización que comenzó a fines del siglo XVIII y que produce desde entonces niveles de dióxido de carbono cada vez más altos.

Un aspecto central es que el deterioro del clima es tal que ya supone un costo para la sociedad e incluso un peligro para la vida: el aumento de la temperatura del agua en el Caribe trajo consigo huracanes más violentos, la calidad del aire empeora a ojos vistas en todo el mundo y muchas ciudades costeras corren riesgo por el aumento del nivel de los mares.

En su reciente libro Endangered Economies (Economías en peligro), el economista Geoffrey Heal hace una reseña de las numerosas medidas (públicas y privadas) tomadas para impedir un agravamiento del cambio climático y señala que el daño (en muchos casos, la devastación) hecho a la naturaleza tiene consecuencias graves, no sólo en relación con el aire y el agua de los que depende nuestra existencia, sino también para la actividad empresarial, que hubiera sido imposible sin beneficios naturales gratuitos como la polinización, el ciclo del agua, los ecosistemas marinos y forestales, etcétera. Es decir que preservar el “capital natural” aumentaría la tasa de rendimiento del capital de las empresas, que reaccionarían invirtiendo más, lo que provocaría un incremento de la productividad económica. Y cada incremento nos permitiría hacer un esfuerzo mayor para preservar una cuota todavía más grande del capital natural.

El mundo debe, pues, renunciar a la búsqueda de un crecimiento económico tan veloz que agota el capital natural del planeta. Necesitamos un crecimiento económico verde, que no dañe ni destruya el medio ambiente. Pero también necesitamos mejorar el medio ambiente sin detener la innovación y el crecimiento económico.

En una serie de elocuentes presentaciones y entrevistas, la economista y matemática Graciela Chichilnisky, de la Universidad de Columbia, sostiene que la supervivencia de la humanidad exige quitar de la atmósfera el CO2 que ya se acumuló allí y asegurar que no vuelva. Para cubrir el costo, Chichilnisky propone un mercado en el que el carbono capturado se venda para usos comerciales.

Otra solución posible sería una agricultura regenerativa, como la que introdujo hace poco en la Patagonia el biólogo Allan Savory.

Si se las hace rentables, estas innovaciones pueden crear un incentivo para que los actores privados lleven la captura de carbono mucho más allá de lo que sería posible para un gobierno nacional. Pero el éxito depende de que la agricultura del carbono siga siendo rentable, incluso en un contexto de aumento de la oferta, con la consiguiente caída de precios.

También habrá que enfrentar desafíos básicos, como la explosión poblacional, la industrialización y los problemas de gobernanza. Y hallar un equilibrio que permita combatir el cambio climático sin negar una vida digna a la mayoría de las personas.

Tanto se ha investigado sobre el cambio climático que puede parecer que no hay que preocuparse, porque los expertos ya saben qué hay que hacer. Pero los expertos no están tan confiados. Saben que las empresas no se controlarán solas y entienden que mucho depende de que se pueda poner el afán de lucro al servicio del bien social. El problema es que muchos creen que las empresas, las personas y los gobiernos seguirán las recomendaciones de los expertos: que todas las empresas (por presión social o amenazas del Estado) pagarán el daño que causan y que todos los gobiernos terminarán instituyendo impuestos al carbono o mecanismos de licencias negociables para reducir y en algún punto eliminar las emisiones.

Otro problema es que hay mucho daño ambiental que es difícil de controlar. Incluso si las grandes corporaciones aceptan compensar la contaminación que producen (por ejemplo, repoblando selvas en Centroamérica), subsiste la cuestión de que la población humana del planeta es enorme y no para de crecer. Como demostró hace unos años el economista Dennis J. Snower, actividades individuales inconexas (como la pesca, el uso de leña para cocinar o el simple hecho de dejar correr el agua) pueden aumentar considerablemente la contaminación y el deterioro medioambiental, pero no suelen llamar la atención de gobiernos, comunidades y personas. En estos casos, los programas de protección del medio ambiente deben basarse en la persuasión moral: pedir a todas las personas (no sólo las corporaciones) un gesto de altruismo para que reduzcan voluntariamente sus propios niveles de contaminación.

También subsiste el problema de que muchos países todavía están en proceso de industrialización. Así que, incluso si cada país del planeta consiguiera reducir su nivel de contaminación per cápita, la media global aumentará al crecer la proporción de la población mundial que trabaja en países en industrialización. Es evidente que este fenómeno demográfico dificulta la implementación de las medidas propuestas por Heal para limitar las emisiones de CO2.

Otro problema es que no todos los gobiernos son capaces de hacer frente a los intereses creados. Las empresas poderosas, especialmente si son una fuente importante de ingresos y empleo, pueden seguir violando las normas públicas ambientales.

Además, hay países donde la mayoría de la gente sigue siendo pobre, pero está decidida a enriquecerse hasta el nivel de los países más ricos de Occidente. Sus gobiernos tal vez no quieran imponer grandes restricciones a las emisiones u otras formas de contaminación, por temor a no cumplir las metas de crecimiento. Se calcula que el 20 % de la población mundial genera el 80 % del consumo de recursos naturales del planeta. Como el derecho a la supervivencia es más importante que el derecho de cualquier país a arruinar el medio ambiente en aras del crecimiento, los países que lideran la lucha contra el cambio climático tendrán que ser estrictos con aquellos que piensen que el costo de reducir las emisiones es excesivo.

Finalmente, la industria de las energías renovables puede plantear nuevos desafíos salariales y de empleo. Según la Agencia Internacional de Energías Renovables, la industria solar y eólica estadounidense está creando empleo (en 2016 daba trabajo a 777.000 personas), mientras que la industria del carbón sigue despidiendo personal. Pero estas cifras pueden ser engañosas, ya que esas grandes cantidades de empleados que acuden a las industrias nuevas suelen proceder de otras, no de alguna fuente inmensa de trabajadores desempleados pero calificados. Sería absurdo pensar que cada industria nueva que aparece provoca un aumento del empleo total.

Según la teoría económica, las industrias nuevas sólo aumentan el nivel de empleo general si sus métodos de producción son más intensivos en uso de mano de obra que la media intersectorial. Pero todavía no he visto datos del sector de energías renovables en relación con este tema y no me sorprendería que la industria se vuelva cada vez más capital-intensiva con el tiempo.

Hace mucho que insisto en la importancia, no sólo de los aspectos materiales del trabajo (básicamente, el salario por hora, del más bajo en adelante, y la tasa de participación en la fuerza laboral), sino también del costado no material del trabajo (las variadas satisfacciones que las personas obtienen de la experiencia de trabajar). Ahora que la imaginación y la creatividad de nuestros expertos e ingenieros nos ayudaron a superar la parte más difícil, es importante que volvamos a poner manos a la obra: concebir nuevos productos y métodos de producción, probarlos en el mercado y seguir innovando.

Abraham Lincoln dijo: “Los jóvenes Estados Unidos tienen una gran pasión, una locura por lo nuevo”. Es hora de que todos volvamos a ser así de jóvenes otra vez. Conforme seguimos trabajando en pos de recuperar el medio ambiente y resolvemos otros desafíos internacionales que nos salen al paso, también debemos revivir una vieja idea del trabajo basado en el ejercicio de la iniciativa y la creatividad propias. Es preciso entender de nuevo la buena vida como un viaje personal hacia lo desconocido, a través del cual uno puede “obrar en el mundo” y “cultivar su jardín” para ser “alguien”.

El temor (mi temor, al menos) es que las economías nacionales, muchas de ellas ya muy reguladas en nombre de la estabilidad, se regulen todavía más en nombre de una economía verde. Es verdad que muchas normas serán necesarias, pero debemos procurar que nuestros esfuerzos por salvar el planeta no asfixien aquello que hace posible una vida digna.

Traducción: Esteban Flamini.

Copyright: Project Syndicate, 2017.

www.project-syndicate.org

Día Mundial de la Educación Ambiental con llamado a concientizarnos

Aunque las cifras de entidades como el Banco Mundial siguen siendo desalentadoras en cuanto al aumento de la contaminación ambiental por liberación de CO2 y por la falta de compromiso de países industrializados y de economías emergentes, este 26 de enero se celebró el Día Mundial de la Educación Ambiental con un firme propósito: generar conciencia entre los gobiernos y la ciudadanía para conservar y proteger el medio ambiente a partir de la participación de todos desde distintos escenarios y prácticas.

Esta fecha, que tuvo su origen en el año 1972, con la Declaración de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, ha expuesto la necesidad de fortalecer los criterios y principios comunes que ofrezcan a los pueblos del mundo inspiración y guía para preservar y mejorar el lugar que todos habitamos. En Belgrado, capital de la República de Serbia,  se establecieron los principios de la educación ambiental en el marco de los programas de las Naciones Unidas.

La Constitución de Colombia ordena en el artículo 79: “Es deber del Estado proteger la diversidad e integridad del ambiente, conservar las áreas de especial importancia ecológica y fomentar la educación para el logro de estos fines”.

Por Edmund S. Phelps / Especial para El Espectador / Nueva York

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