El Magazín Cultural

“Vamos regresando a un realismo de zanahoria”, Enrique Vila-Matas

Entrevista con el escritor español, quien presentó su libro “Mac y su contratiempo”.

Daniel Ferreira
07 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.
 Imagen de Enrique Vila-Matas, quien dice que su nuevo libro es una novela basada en diarios. / AFP
Imagen de Enrique Vila-Matas, quien dice que su nuevo libro es una novela basada en diarios. / AFP

Mac y su contratiempo no encaja en un género visible. Quien lea el más reciente libro de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) se encontrará con un personaje que diserta sobre aquello que escribiría si lograra reescribir el libro de su vecino. En esta novela, Vila-Matas vuelve a perder teorías y a seguir el apostolado de sus grandes maestros: Roussel y sus citas distorsionadas, Rossi y la ilusión de hacer de una anécdota limitada una “parábola atroz” y Gombrowicz tras las huellas de Bruno Schultz. El lector encontrará un diario de escritor (Mac) sobre otro escritor (Sánchez), el diario de quien busca reescribir el libro de un autor consagrado. El libro que quiere reescribir Mac es justamente el que Sánchez desprecia. Mac cree descubrir que ese desprecio se debe a que representa una época de narraciones etílicas de una vida bohemia, pero el desprecio etílico por las tramas, sorprendentemente, conlleva a una exaltación del estilo que hace saltar por los aires las teorías de lo que debe ser una novela. La obra se convierte en un gran comentario humorístico a ese libro, a la literatura, a la crítica de la literatura, a los nexos internos, a los diarios de escritor y en ese juego de espejos enfrentados regresa más clara la voz vilamatiana de sus historias emblemáticas: Doctor Pasavento, El mal de Montano. Vila-Matas llega a la Filbo para presentar Mac y su contratiempo.

Cuando el personaje Mac se refiere al margen de la corriente general, ¿se está refiriendo a los caminos excéntricos o a lo marginal, es decir a los temas marginales de la sociedad, por ejemplo tabúes, etc.?

Mac se refiere a los caminos fuera del centro, los recorridos literalmente excéntricos. Me parece que pretende alejarse lo máximo posible del poder literario y, por tanto, de la corriente general de la literatura, aunque sin alejarse excesivamente, no sea que acabe en el fango rencoroso de los escritores ineptos. Y también me parece que, en esos párrafos, Mac habla, si no me equivoco, del gran camino, que en modo alguno es el Mainstream, sino la gran avenida libre de la literatura, cada día un espacio más intensamente marginal.

¿Cuándo constató que el diario era un género literario? ¿Lleva un diario personal que después se convierte en una plataforma para la escritura?

Seguramente lo constaté con el diario argentino de Witold Gombrowicz, que a su vez debió de constatar lo mismo al leer el diario de André Gide. En mi caso, llevo dos diarios desde 1985. Uno explícito; oculto, el otro. El primero es muy literario y he publicado alguna entrega ya de él, se llama Dietario voluble y hay ahí una personalidad inventada, una voz que habla en mi nombre. El otro diario está hecho de simples anotaciones. Aparece la realidad despojada de casi todo, la vida sin más del autor del diario, la vida sin adornos, sin complementos, sin artificios; la vida tal y como es, dura, ácida, seca, sin trama ni estilo. Es la vida sin interés, la vida sin literatura. Curiosamente, me enteré hace un año, mientras escribía Mac y su contratiempo, de que también Gombrowicz escribía dos diarios al mismo tiempo: uno explícito; oculto, el otro. Por un lado, estaba el diario, que acabó convirtiéndose en su obra maestra: un libro de profundo acento literario. Y, por el otro, Kronos, diario oculto que sólo se ha publicado años después de su muerte: la cara B, los “bajos fondos” de su obra maestra.

¿Qué diarios de autor ha leído recientemente?

Veinte líneas por día, de Harry Mathews. El magnífico diario (todavía inédito) de Alejandro Rossi. Los dos tomos hasta ahora publicados de Los diarios de Emilio Renzi, de Piglia.

Hay múltiples formas de personificar. Las personificaciones por situaciones, por viajes, por saltos de conciencia. En Mac y su contratiempo son los pensamientos de Mac lo que caracteriza a Mac, pero el sobrino de Sánchez parece más elaborado. ¿Esa voz que es la entrada de un diario, la voz de Mac como pretexto narrativo, es una respuesta a una cierta crisis del personaje? ¿Mac es un personaje o un comentarista de relatos?

Mac es una voz que es muchas voces al mismo tiempo. Y conviene recordar que escribo ficción desde un espacio que suelen ocupar, más bien, los ensayistas. La novela está escrita con la voz de un pensador que utiliza la narración como soporte para sus meditaciones. Y sí. Es cierto que el “sobrino odiador” se visibiliza perfectamente como personaje. Pero Mac creo que es un tipo con vida, sobre todo cuando está en la calle. En casa, piensa. En su casa, en su escritorio, se origina la novela, lo que me hace pensar en algo que me dijo Juan Tallón que le había dicho César Aira: “En literatura basta un hombre recluido en su casa y un tabique que separe su vida de la vivienda del vecino para escribir un gran libro”.

Hay un libro de cuentos que es antecedente directo de Mac: Una casa para siempre. ¿Mac es la extensión, treinta años después, de Una casa para siempre o el comentario elevado a forma narrativa?

Mi lector siempre está frente a dos libros: el que tiene en las manos y el que yo leía mientras estaba escribiendo y que no funciona nunca como un punto de mira, sino como un talismán. En Doctor Pasavento, el libro era uno cualquiera de Robert Walser. En El mal de Montano, estaba Blanchot. En Hijos sin hijos, Kafka… En Mac el libro es, por primera vez, uno mío, Una casa para siempre. Pero apenas llego a rozarlo. Una vez más, se trata sólo de un talismán, también de un punto de orientación que siempre acaba revelándose innecesario, aunque para entonces, para cuando descubro eso, el libro ya está felizmente terminado…

Las falsas referencias pueden funcionar como parodia y una parodia puede servir para homenajear o para ridiculizar. Hay una cita que Mac otorga a Sarraute, pero en otros libros se otorga a Duras. ¿Las citas literarias falsas son formas de enfatizar la ficción o una forma de quitar el velo o una forma del humor Vila-Matas? ¿Le han traído problemas las citas falsas?

Hice que Mac se equivocara en esa cita de un modo claro y también le hice equivocarse en otras cosas, como si el pobre quisiera estar a la altura del autor sin llegar a conseguirlo, a pesar de lo fácil que lo tenía. Pero es disculpable, hay que comprenderle: es un principiante, un abogado que cree que ha leído mucho y que no sabe qué hacer cuando descubre que su diario secreto lucha para no convertirse en novela. Volviendo al autor, las citas falsas desmienten que trabaje con demasiadas citas de otros. Y es que en algunos de sus últimos libros, más de la mitad de esas citas son falsas. Y parece que todavía no sabe por qué lo hace; a día de hoy, sigue siendo un misterio. Pero creo que a la larga esa manía de las citas le ha ido, precisamente, echando una mano en la creación de la obra, como si sigilosamente, con su aparente arbitrariedad, hubiera influido decisivamente en algunos de los extraños derroteros por los que se ha deslizado en los últimos libros.

¿Qué le molesta a E. V-M del realismo literario?

Que los realistas hispánicos sigan sin querer entender que lo auténtico siempre permanece en un estado fetichista; jamás se puede cruzar el espejo a su encuentro.

¿Observa algunas corrientes que van a provocar géneros literarios en lo entrado del siglo?

Creía que iríamos hacia una novela en la que prevalecería la forma ensayística: pensamiento mezclado con ficción; una novela de inteligencia superior al brillante realismo de Flaubert y de los demás grandes de la novela del XIX. Esperaba que hubiera más escritores originales, con propuestas audaces y que supieran tomar riesgos metaliterarios y vulnerar los límites entre géneros, escritores de carácter libertario y con capacidad de reinvención y de reinterpretación de la tradición... Pero el mundo me desdice a cada momento. Vamos regresando a un realismo de zanahoria y palo verde, en el que no hay estructura, no hay juego, no hay cruce de voces, como si no hubieran existido Bioy, Joyce, Rulfo o Piglia, por dar cuatro nombres. Yo creía que para este siglo estaba por venir una época en la que no sólo íbamos a dejar atrás por fin la anquilosada narrativa del pasado, sino que iríamos hacia una novela conceptual: un tipo de novela que recogería el intento de Marcel Duchamp, de reconciliar arte y vida, obra y espectador. Pero no; todo va hacia la confusión. Y encima es posible que yo esté contribuyendo también a ella.

Por Daniel Ferreira

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