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Así cambió para siempre la relación de los pescadores con el río Cauca por el rescate de cuerpos

Desde la década de los años 90, los pobladores de la vereda de Beltrán, en Marsella (Risaralda) han sumado a sus labores diarias, recuperar y enterrar a las víctimas del conflicto que llegan a esa zona, pero su presencia transformó su conexión con el afluente. Además, denuncian que el pescado, la base de su alimentación y sustento, ahora está contaminado.

Juan José Morales Ospina
15 de enero de 2024 - 12:50 p. m.
Así cambió para siempre la relación de los pescadores con el río Cauca por el rescate de cuerpos

Con las primeras luces del amanecer, cuando la neblina se eleva sobre el río Cauca, los pescadores de la vereda Beltrán en Marsella, Risaralda, inician su jornada. Preparan sus redes, toman el café humeante que sus esposas han preparado con esmero y se embarcan en sus lanchas con la esperanza de que el río les brinde sustento.

Las embarcaciones son más o menos amplias. Tienen de dos a dos metros y medio de ancho y una longitud de 4,5 a 7,6 metros. Funcionan con un pequeño motor a gasolina en la parte de atrás y cargan tres o cuatro pescadores. Así se deslizan sobre las aguas. Llegado el momento, las atarrayas de los pescadores se sumergen con la promesa ancestral de una pesca abundante. Pero todo ese idílico escenario poco a poco ha sido eclipsado por una sombría realidad que se cierne sobre el río Cauca desde la década de los años 90.

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Las aguas —antes claras y relucientes— empezaron a tomar un tono turbio como un mal presagio. Albán Gutiérrez, veterano pescador de Beltrán, recuerda el día en el que se encontró las huellas de la guerra bajando por el río. Arriba de su embarcación apenas veía una figura que flotaba. No era un día común de pesca; lo que se avecinaba era una oleada de tragedia. “Ese primer encuentro nunca se me va a olvidar: el olor a muerte y el color espantoso de la piel de aquel hombre”, relata mientras rememora el día en que se transformó para siempre su relación y conexión con el río Cauca. Y agrega: “Era un hombre moreno, que se había vuelto pálido por el agua y la falta de vida”, describe con voz apagada. “Medía aproximadamente 1,70 metros, en tierra pasaría sin duda desapercibido, pero se había convertido en una de las víctimas de la violencia y del río”.

Según el Ministerio de Ambiente, el río Cauca es la principal arteria fluvial del occidente del país. Nace en el sur del país, en el departamento que le da su nombre. Su origen, a 3.200 metros sobre el nivel del mar, se ubica en el cerro El Español, desde donde desciende siguiendo su curso en dirección paralela a la cordillera Occidental. Tiene una longitud de 1.360 kilómetros y desemboca en el río Magdalena después de atravesar de sur a norte nueve departamentos.

Para Gutiérrez, el día que vio al hombre flotando marcó el inicio de una romería de víctimas de la violencia cuyos cuerpos bajaban por las aguas que antes fluían con la promesa de la pesca y el sustento para él y su comunidad.

“Recogió al hombre, lo montó en su lancha y lo trajo hasta la vereda”, cuenta Adelaida Aristizábal, esposa de Albán, quien mira el río con tristeza. La comunidad se congregó alrededor y la inquietud se propagó rápidamente. “Sus caras cambiaron de asombro a terror por lo que estaba a punto de avecinarse sobre nuestra vereda. Beltrán no volvería a ser la misma”, dice.

Desde entonces los pescadores han sumado a sus labores diarias el rescate de los cuerpos que llegan a las orillas, se encuentran con sus embarcaciones o terminan enredados en las redes. Este hecho se ha convertido en una dolorosa dualidad en la vida de quienes dependen del Cauca para subsistir. “Les tocó aprender a identificar de dónde venían los cuerpos”, dice Adelaida. La única forma de reconocer la procedencia de los cuerpos o el lugar en donde fueron arrojados al río es analizando el estado de descomposición. “Si vienen de Cali son de 10 a 15 días de recorrido, de Trujillo y aledaños son de cinco a ocho días y si provienen de Cartago son de dos a tres días”, añade con lágrimas en los ojos.

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Un registro de casi 600 cuerpos

El río Cauca, que también pasa por Beltrán, es solo uno de los 190 afluentes adonde han llegado cientos de cuerpos de personas asesinadas o, en el peor de los casos, desaparecidas. De acuerdo con la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), el río Cauca es un escenario particularmente prioritario, pues permite comprender e interconectar la desaparición forzada desde Bolívar hasta el Eje Cafetero.

La búsqueda en el Cauca y las poblaciones ribereñas integra diversos planes de búsqueda en el norte y occidente del Valle, el norte del Cauca, el área metropolitana de Cali, el valle de Aburrá, Quindío y las áreas urbanas del Eje Cafetero.

Según el portal Rutas del Conflicto, entre 1982 y 2016, se encontraron 549 cuerpos en el río Cauca, pero se estima que la cifra podría superar los 600. De esa cifra, al menos 38 eran mujeres y el resto hombres, incluyendo niños. El mayor pico de estos macabros hallazgos ocurrió entre 1988 y 1992.

La presencia constante de los cuerpos ha sido obra de una guerra interna que ha padecido Colombia por más de 50 años, en la que han padecido más de nueve millones de personas. Aunque en el río Cauca los principales victimarios han sido diversos grupos armados ilegales que vienen operando en la región desde hace años, como las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN), las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y ahora sus disidencias, entre muchos otros.

Según la UBPD, los conocimientos locales y ancestrales son esenciales para entender el comportamiento de los ríos, corrientes y zonas de deposición de cuerpos. En el contexto de la investigación del río Cauca, se realiza una triangulación de información entre los saberes locales, los datos de necropsias sobre tiempos de traslado, procesos de descomposición y comportamiento de la corriente, según las estaciones del año, para formular hipótesis sobre el origen y destino de los cuerpos.

La contaminación de los peces

Unos 11 kilómetros al sur de Marsella se despliega la pintoresca vereda Beltrán, como un rincón de vida en la vastedad rural. La singularidad de este lugar se revela en una única calle, envuelta en el polvo y bordeada por unos pocos árboles frutales. Las casas, testigos del origen de los primeros colonos provenientes del sur antioqueño, se alinean junto a las antiguas vías que alguna vez resonaron con el traqueteo de un tren cargado de mercancías. El clima, desafiante aliado, envuelve a Beltrán con su cálido abrazo, marcando el termómetro a una media de 32 grados y una humedad del 58 %.

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La entrada a esta comunidad se revela como un desafío tangible, pues su única ruta, desdibujada por la negligencia del tiempo, en verano se torna accesible para las motos, bestias y jeeps audaces que desafían los baches e irregularidades del camino. Sin embargo, cuando las lluvias tiñen el paisaje de barro y la tierra se torna resbaladiza, la entrada se cierra para muchos y los carros y uno que otro animal cruzan apenas dos veces al día —una al amanecer y otra al atardecer—.

Sus pobladores en su mayoría son pescadores que de lunes a viernes se dedican a su oficio y los sábados viajan hasta el municipio de La Virginia para poder vender lo recogido y de esa forma subsistir. Con la llegada de los cuerpos el río comenzó a tornarse más hostil, más inhóspito y con muchos menos peces que comenzaron a huir ante la presencia de la muerte y la putrefacción.

“Las entidades públicas nos desampararon por años y todavía lo hacen, solo bajan para recoger los cuerpos que nosotros recogemos, pero nunca se preocupan por lo que nos pasa a nosotros”, afirma Fernando Ordóñez, líder de la vereda.

El pescado, que era la base de su sustento y alimentación, ahora está contaminado. Es usual ver en los peces formas muy extrañas como si estuvieran infectados o padecieran alguna enfermedad. Este tipo de producto no se puede comerciar y los peces sanos ahora son muy pocos.

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De acuerdo con la Organización Panamericana de Salud, un cuerpo humano en estado de descomposición tiene graves afectaciones para salud de las personas debido a que sueltan heces que contaminan el agua y los organismo que habitan en ella. En los seres humanos tanto el agua como los peces contaminados generan fuertes episodios de diarrea, deshidratación e incluso, si los síntomas no son tratados a tiempo, pueden causar la muerte. En el caso de poblaciones distanciadas de la sociedad o de difícil acceso, como es el caso de Beltrán, la muerte por deshidratación no es para nada inusual.

“La primera vez que me tocó comer un pez contaminado la verdad ni sabía que estaba contaminado”, recuerda Berta Rendón, habitante de Beltrán. “Mi marido regresó con los peces del día, yo los cociné como siempre lo hago en el fogón de leña, lo comimos y al rato nos comenzó un dolor de estómago impresionante y una diarrea que nos duró una semana”, cuenta.

Bajo el cálido abrazo del sol que se oculta tras las montañas, los pescadores de Beltrán regresan a sus hogares al final del día. Las risas y anécdotas que solían teñir el ambiente se han visto reemplazadas por un silencio pesado. Los recuerdos de cuerpos flotantes y la contaminación que se esconde en las profundidades del río Cauca han transformado la rutina de estos hombres y mujeres que dependen de sus aguas para sobrevivir.

La lucha diaria de esta comunidad persiste, marcada por la dualidad de un río que ofrece sustento, pero también arrebata vidas. La falta de apoyo gubernamental sigue siendo una herida abierta, mientras los pescadores enfrentan la realidad de que el río que les da la vida también les ha arrebatado parte de su esencia.

Beltrán, aunque marcada por la tragedia, sigue siendo un testimonio de la resistencia humana. A medida que el sol se desvanece en el horizonte, la comunidad se aferra a la esperanza, una chispa frágil pero persistente que brilla en los ojos de quienes se niegan a rendirse ante la adversidad. Quizás algún día las aguas del Cauca recuperarán su claridad perdida y la comunidad de Beltrán encontrará la paz que tanto anhela. El río, testigo silencioso de sus luchas, sigue fluyendo, llevando consigo las historias de aquellos que dependen de sus aguas para vivir.

(Pódcast): Las memorias que se llevó el río Cauca

*Juan José Morales es estudiante de Periodismo y Opinión Pública de la Universidad del Rosario. Este reportaje fue escrito en el marco de la asignatura Géneros Interpretativos.

Por Juan José Morales Ospina

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Juan(35716)18 de enero de 2024 - 06:44 p. m.
Bien escrita, buen relato, sensible, y aunque sencilla, logra captar interés en un tema que no es nuevo, lo cual hace más difícil atrapar al lector, porque podría ser repetitivo, pero la narración es buena. Podría haber aportado una voz oficial cuestionada sobre el abandono estatal y la falta de apoyo. Tal vez no lograra nada con ello, pero al menos les recordaría de manera directa al ministerio de ambiente, al de la igualdad, al de interior, que hay gente que merece apoyo.
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